Vano paladar de siglos
Respóndeme tú, fabricante de lunas.
¿Dónde están las flores aureoladas del poeta?
¿Dónde encuentro la honda cavidad del verso en llamas?
Todo es vano paladar de siglos.
Todo es epidérmico secreto.
Todo es tan falso
como el peluquín de mi vecina.
No hay sitio, sólo sombras.
He buscado arrastrando mi nombre.
He llorado como nube en otoño.
Me he agotado
recorriendo desiertos y valles y mares
y la luna terminó en mi casa
como un plato de lentejas.
Sólo el Dios de siete cirios
sabe lo que se deshizo ante mis ojos,
sabe que mi lugar estaba lejos, tan lejos
como relámpago de nácar
en Oriente,
como la Atlántida
que aún refulge bajo el agua.
Cuando me respondas
romperé estos versos.
Druidesa de la noche rumorosa
Sabes que llego
con los labios deshechos
de repetir la misma plegaria.
Tú, que rompiste amarras antes de hora,
Tú, que clamaste siete veces hasta dar con mis pasos.
Tú, princesa de las cinco lunas
me dijiste que yo era tu espejo
y miro en tus ojos
el endrino fulgor de los míos.
Druidesa de la noche rumorosa,
ardiente pensamiento erguido.
Llámame más allá del horizonte
para que mis huellas queden ancladas
en la luz vibrante de los árboles.
Llámame más allá del eco cósmico.
¿Y quién dirá que aquí
se aposentó la estrella que guía al nómada?
¿Quién dirá que la ventisca congeló la música?
Dame el corazón salino de los mares.
Dame un poco de abono
para plantar mi árbol.
Dame el pan
que con tanto esfuerzo he amasado.
Dame de la madre tierra la sustancia.
Y he aquí que mi canto se vuelve nube
en el desierto, perenne fuego en noche
de manos pálidas.
Huye, vete sin volver el rostro
(somos una dividida)
Si lo vuelves
también seré
estatua de sal
sin rumbo y sin consuelo.
Huérfana del oleaje de reflejos púrpura
¿Dónde está el lecho de azucenas
donde arribaron los mancebos
a compartir contigo?
¿Qué fue de tu cuerpo de tibieza fértil
donde otros cuerpos ardieron
deshojando las guirnaldas de tus pechos?
¿Dónde la cicatriz que cada uno te ha dejado?
¿Dónde te volviste pira inextinguible
que de pronto en soledad te consumías?
Levántate, oh bella, camina despacio, sin mirar atrás
no sea que tú también te petrifiques.
Aún el calor de tu cuerpo deja un hechizo
en cada paso.
Aún la curva de tu cadera se llena
de constelaciones lúbricas.
Sal de ti
a contemplar el mundo.
Sigue tu ruta
aún cuando todo sucumba en tu camino.
Aún cuando sientas
que las flores más radiantes se
marchitan
con el ácido sanguíneo del silencio.
El amor verdadero aún no te toca.
Cuando llegues sentirás el ardor
que te convertirá en guerrera.
Sabrás que has sido huérfana del oleaje
de reflejos púrpura.
Sabrás que sólo la luz
penetrará en tu vida.
La sal dulce de la tierra
Me dijiste que vendrías
cuando se encendieran las velas de mis sueños.
Cuando supiera, con certeza,
que me daba al mundo.
Se calcina el horizonte y aún estás ausente.
El recuerdo de tus manos
me hace bulto.
Recoge la planta
que germinó en mi almohada.
Recoge la sal dulce de la tierra.
Recoge el canto que riego tras mis pasos.
Recoge lo que de ti vive
y aún me pertenece.
Y he aquí que llego con firmeza
a esparcir la simiente
que verdeará
cuando todo lo visible esté acabado.
He aquí que mi cuerpo se humedece al recordarte
y todo cuanto amo lo retengo.
No te esperaré, lo sabes.
Voy tras el cachorro
bullicioso
de mi instinto.
Retomo el camino de los bulevares.
Retomo el periplo de las calles místicas
donde mi ser manaba
al efluvio enamorado de la noche, al placer amargo,
hacia el halo errante de quimeras.
Vino la muerte a visitarme
y me dijo: Aún no estás madura, préñate de vida aventurera
para que huelles los caminos.
Vino la serpiente y me tentó antes de tiempo.
Vino Dios con su olor a nube rancia
y el cuento de su tierra prometida.
Y he aquí que lo cociné
con las santas escrituras y le dije: ¡calla!
¿no ves ahora la desdicha circundante?
Te busqué y no llegaste.
Escribí tu nombre
en un altar de fuego
y sólo se agostaron las orquídeas.
Por eso me voy ahora,
porque la inocencia se hace humo,
porque no sé vivir de otra manera.
No basta
No basta la turquesa derretida
de los mares
para cantar a la luna.
No basta el desayuno apresurado para llegar a tiempo.
No basta la palabra dulce
en la boca seca del sicario.
No basta que se escinda el mar
ante mi paso firme.
El cielo es sórdido y derrite su pureza.
Y he aquí que estoy sobre la cama.
Sólo me levanto
a comprobar que el niño duerme.
Hay una quietud extraña
en mis pensamientos.
Alarga la noche sus tentáculos fríos.
Quiero saber que estas manos
se abrirán cual mariposas,
que buscarán el pan
más allá de su hambre y su nostalgia,
más allá de su propia identidad sin rostro.
Buscarán el tacto que acaricie
y la suavidad arisca de la rosa.
Estoy sobre la cama
con un febril delirio que atormenta.
Miro el sueño frágil
de mi niño, el pulso intermitente de su pecho,
la calentura que ha menguado.
Esta noche
se calcinan las estrellas.