Miro pasar los hombres,
ídolos de agua.
En sus acuáticos músculos
te reflejas.
Sus miradas de fuego:
tus cenizas.
Palpo tu torso etéreo
epidérmica imagen,
rostro de arena derrumbado.
Ya no más confundirte
con las olas,
con el hiriente coral
de mano salada,
con la muralla en ruinas
que de ti me aísla.
Sazón en su punto
consumido.
Sangre vencida,
piedra sonora.
Sabes dónde,
entre licores y orquídeas,
mi invierno arde.
Sé donde encontrar
la eléctrica paz
de tus ojos
como gemas.
Pero me quedo quieta,
con esta quietud
que te desea.
Del poemario "Ceniza erguida" 1995
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