SE
DEJÓ CAER EN EL SOFÁ COMO EN LAS NUBES. Todo parecía flotar en un
cosmos de sándalo y aromas de tibieza vegetal. Laura, aquella joven
irreal, enigmática, como salida de un cuento de las Mil y una
noches, era la responsable
Andrés
nunca imaginó que con sólo oír su voz volvería a estar inmerso en
las sensaciones mágicas que ella le inspiró alguna vez; pero que
con el devenir de los años se habían convertido en una imagen
difusa, como sumergida en el fondo de un estanque.
Nunca
sospechó que Laura sería, nuevamente, la única y cimera
propietaria de sus pensamientos. Recordaba sus manos hábiles, los
dedos largos, tan independientes como palomas inquietas, la mirada distante e intensa a la vez, matizando el presente de
algún lejano paraíso. Siempre tan ella misma, hasta en los momentos
más difíciles. El cabello dócil, desbordante, la boca sensual.
Aquella facilidad para la entrega, para metamorfosearse en un mero
instrumento de placer cuando era necesario, lo habían atado a un amor que nunca reconoció. La manía de rascarse la
cabeza al despertar, su vocación para la cólera, y el insufrible
desorden, se habían oscurecido en su memoria ante ese algo tan
singular que la hacía única, y que no había logrado encontrar en
otra mujer. Se sabía hechizado por ese magnetismo que lo
transformaba. Algo mezquino y animal moría en su interior y
resplandecía su yo
que lo ensalzaba. Laura le confesó que lo mismo le sucedía.
Entonces... tendría que haber alguna interconexión magnética entre
ambos que se sentía, casi se palpaba.
Tristemente
advertía que había acabado con eso, que su machismo no le había
permitido reconocer su constante entrega hacia esa mujer, por
glorificante que fuera. Pero Laura no se resignaba a perder aquello
que sabía insustituible. Por eso luchó, por eso aguantó tanto.
En
el fondo Andrés tenía la seguridad del regreso de Laura. Nunca
había fallado la manipulación sicológica que, lo sabía, llevaba a
cabo con sus novias y amantes.
Se
portó como un patán, lo advirtió; la engañó infinidad de veces.
Hizo y deshizo a su antojo para que, al primer reclamo, al primer
reproche, se quejara de su incomprensión, de su falta de
sensibilidad. Se separó de ella adoptando el papel de víctima.
Sabía que la culpabilidad acosaría a Laura, sin remedio.
Sin
embargo, pasó el tiempo y ella no volvió a buscarlo. Se sintió tan
amargado, tan frustrado, que decidió olvidarla entregado a las
parrandas y al libertinaje, en lugar de reconocerse él el principal
responsable y pedirle una segunda oportunidad con el propósito de
reparar errores. Nunca imaginó que después de cuatro años Laura
aparecería nuevamente en su vida, buscando una reconciliación,
dándole a entender que jamás lo había olvidado, reconociendo sus
propias fallas. Le había pedido una cita para ese mismo día. El
tono de su voz era angustiado, impaciente, denotaba tristeza. Quedaba
clara su desesperación por verlo. Sí, él deseaba estar con ella,
estaba dispuesto a cambiar si Laura se lo pedía. Era la vecina de su
mamá y quizá pudiera informarle de su vida, de su salud, porque su
madre no había querido saber más de él, debido a su mal
comportamiento.
Laura
y Anita se llevaban muy bien. Esa niña de ojos como gemas encendidas
y mejillas tersas, le gustó para su hijo. Qué tonterías dices, le
dijo su esposo, son unos niños. Anita le dio la razón reconociendo
que estaba desvariando, y no volvió a pensar en el asunto. Nunca
imaginó que aquel deseo fugaz se cumpliría. Con el matrimonio de
Laura y Andrés la relación entre ambas pasó de una simpatía
común, atizada por los enigmas y la curiosidad natural que surge
entre dos personas con pocas posibilidades de tratarse, a una
relación de confianza acostumbrada y distante. Entre familia el nexo
emocional se intensifica, pero decaen las atenciones y el mutuo
interés. Cuando Andrés se marchó, el vínculo amistoso entre ambas
se intensificó. Laura compensaba la carencia provocada por una madre
dura y autoritaria. Y Anita llenaba parcialmente la necesidad de
sentir a la hija que nunca tuvo. Además la atosigaban sentimientos
de culpa cuando reconoció que había fallado en la educación de
Andrés, que lo había acostumbrado a ver a las mujeres como simples
servidoras e instrumentos de los hombres, con su propio ejemplo.
Sonó
el teléfono. Andrés contestó con la respiración contenida. Laura,
otra vez.
---Te
hablo porque quedaste de llamarme y no lo has hecho --reclamó Laura
con ese matiz de angustia que Andrés había captado-- Necesito
verte. No podemos posponer el encuentro.
Andrés
calló un instante. Sí, él quería y esperaba la insistencia de
Laura. Sin embargo, se le hizo fácil aplazar la llamada acordada,
para acentuar la dependencia de una joven de transparencia
masoquista. Pero no esperaba que le volviera a marcar tan rápido. De
hecho él pensaba buscarla unos días más tarde.
---No
pude telefonearte, estuve muy ocupado. Además ¿cuál es la prisa?
Tenemos mucho tiempo sin vernos. Deja que termine de arreglar unos
asuntos y yo te hablo ¿okey?
---No,
tengo que verte ahora, me urge hablar contigo.
---Hoy
no puedo, luego te busco. Adiós. ---colgó con premura, sintiéndose
deseado e importante, dueño de la situación.
Un
mecanismo automático de defensa, de incontenibles deseos de huir,
cada vez que Andrés se sentía acosado.
En instantes se descubría odiando blandamente a Laura, por ser
incapaz de amoldarse a las excitantes expectativas elaboradas por sus
sueños. Con la continua insistencia y el tono inseguro de su voz,
con la dignidad perdida sometiéndose a esa exacerbada necesidad de
estar con él, destruía la imagen ideal, la que él necesitaba para
hacer resurgir el amor. De pronto se sorprendía huyendo de ella. La
imagen que conservaba de Laura se disolvía en el flujo vano e
insípido de la realidad.
--- Qué pasó, Andrés ---Laura le habló por teléfono después de una
semana--- He estado esperando tu llamada, por eso tuve que hablarte
de nuevo.
---¿Para
qué? Yo te iba a marcar al rato. Me acabo de desocupar ---le
contestó secamente, desilusionado. Con tanta insistencia opacaba la
magia, el suspenso que podría unirlos con la pasión de antes.
---Como
ya veo que es imposible verte ---habló con voz enérgica,
entrecortada-- te voy a tener que informar por teléfono... Eres un
tonto Andrés, te juro que eres el hombre más tonto que conozco.
Estoy sorprendida de lo que sentí por ti en un tiempo. Pensaste que
quería verte para regresar contigo. Creías que estaba mendigando un
poco de tu amor. Pero ¿en qué cabeza cabe, después de todo lo que
me hiciste? Sí, porque yo te amaba de verdad y tú abusaste de ese
amor. Lo mataste para siempre, no supiste cultivarlo ¿Crees que
valgo tan poco? Me da risa lo torpe que eres, ahora me lo confirmas
más que nunca. Yo, para lo único que te estoy buscando es para
decirte... Es muy duro, por eso no quería decírtelo por teléfono.
Tu mamá... falleció... Ya ni al entierro fuiste por cretino.
Tuvieron un accidente. Tu papá está en el hospital. Adiós.
Laura
colgó y Andrés se congeló de golpe. Todo su entorno se derritió
hundiéndose en un remolino lento y oscuro. De pronto se dio cuenta
que lo único que tenía... ¡Laura! ¡mamaaaaaá! ¡papá! Su cuerpo
se hizo de tela.
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