LOS PENSAMIENTOS DE NACHO SE MEZCLAN
CON EL SMOG que cachetea a la
ciudad. Casi no puede caminar, rostros y
más rostros se abalanzan contra él, vertiginosamente. Sin darse cuenta el
malhumor se filtra en sus sentidos como una sustancia pegajosa y corrosiva que
pide ser expulsada a la menor provocación. Lo empujan, casi lo atropella un
coche(s): monstruos, máquinas nauseabundas, amenazadoras. Ya hasta olvidó hacia
dónde va y a qué. Ah, sí, Susana, y es una asunto muy delicado, pero se lo
tengo que decir, hoy mismo… ¡¿cómo empezaré!?... Oye Susana… en el café y…
antes que le sirvan el pay, no, mejor no, se le va a amargar, mejor cuando se
lo haya terminado. Y ya de una vez, no quiero seguir fingiendo. No ir a ninguna
parte sin decírselo, pero, es muy doloroso. No me ha dado motivos para
terminarla y cantárselo nomás así. Ni modo, no hay de otra… Martha dio un giro
de noventa grados a mi vida y no hay vuelta de hoja. Se tropieza con la pierna
de un mendigo sentado en el piso pidiendo limosna. Cae al suelo, sobre los perendengues de un mercachácharas furioso
que lo insulta, le llama idiota, pendejo, fíjate por donde caminas, güey.
Perdón, me empujaron, me tropecé, fue sin querer. Todos los comerciantes le
gritan sandeces, groserías, pobre tonto, no sabe caminar. La gente mirando:
ojos sorprendidos, risillas burlonas, miradas despectivas. Se aleja reventando
de rabia e impotencia: ganas de matar. Si fuera judoca los hubiera puesto
en su sitio, le pedirían perdón: bajos, vulgares, frustrados, montoneros. Está
a punto de cruzar la calle, pero de pronto la muchedumbre lo derriba y pasa
sobre él. Varias cruces rojas se adueñan de la avenida y la gente retrocedió
empujada por los coches, para ceder el camino a las ambulancias. Nacho grita al
sentir los pisotones por todo el cuerpo, nadie lo escucha, su grito se confunde
con las sirenas.
Hasta que las ambulancias
desaparecen y la gente se dispersa puede levantarse, trabajosamente. Siente
como si acabara de salir de una pelea brutal de cantina. Entra en el metro con
el cuerpo adolorido. Los baratijeros obstruyen los andenes y las personas
tienen que caminar de puntitas para no pisar los dulces fayuca cachivaches al
por mayor. Penetra en el vagón. Una mujer morena y gorda, sin maquillaje,
destempla sus tímpanos con voy aguda: ¡Aproveche la oferta de chocolates,
cacahuates y mazapanes, treees por diez pesos! Su mano quedó afuera. Cerraron
la puerta antes de que pudiera meter su mano. La jala hacia adentro, le duele,
se resigna. Ni modo, hasta la siguiente parada… De pronto no puede respirar. Es
chaparrito. Cuatro grandulones y una mujer fornida lo apretujan, untando
sudores. Le lastiman el brazo (con la mano afuera) Trata de meterla. Los hules
se le pegan como resistol. En la siguiente parada se abren las puertas: Uf, al
fin, pobre manita. Soba su muñeca. Sana sana, colita de rana. Hace movimientos
de rotación. Entra un cantante, un ciego limosnero y más mercachácharas.
Encienden su vocerío al unísono ¡Aproveche la oferta de plumas werever…! ¡Lleve
ricas paletas de caramelo diez por veinte pesooos!... En el nombre de Dios
señores, ayuden a este pobre ciego… Odiame siiin medida ni clemeencia. Odio
quiero más que indiferencia… que tuvo la desgracia de perder la vista… El ciego
extiende la mano hacia Nacho. Qué bien chingan. Se baja en la siguiente parada.
Pobre Susana, pero ella debe comprender, esto ya no funciona. Ya no hay deseo,
ni enamoramiento. Quizá un poco de cariño todavía, eso sí, pero… de hermanos, a
poco no, se apagó el fuego. Y a ella como que no le importa, lo ve normal. Tal
vez aún está enamorada… pero yo no. Prefiero terminar, de una vez… Ahora sólo
Martha, Martha… Se recarga en un muro para sobarse las contusiones que aún
mordisquean su piel. Con el ceño fruncido se dirige a los colectivos. Hay una
fila de dos cuadras. Se forma. ¡Con un
demonio, qué larga está la cola!… ¿Para qué seguir con Susana? No tiene caso.
Ya no la extraño, ni me emociono cuando la veo… ¡Carajo, esta fila no avanza!
--- ¿Me aparta un momento mi lugar?
---le dice a un joven que está antes que él… Voy a ver por qué no camina la
cola.
Varias personas están sentadas en
la banqueta, dormitando, otros de plano roncan acurrucados sobre sus petacas,
bolsas o portafolios. Los demás comen tortas y sándwiches y beben refrescos.
--- Qué pasa ---pregunta Nacho,
sorprendido--- ¿qué esta fila no es la de los microbuses?
---Sí ---le contesta una señora.
--- ¿Entonces?
--- Ay, pues… es que siempre es lo
mismo. Al chofer no se le da la gana irse porque falta un pasajero. Nadie
quiere sentarse en ese asiento tan incómodo. Por eso traemos nuestro lunch, por
mientras… Mis hijos aprovechan para echarse un sueñito ---la señora señala a
tres niños dormidos a sus pies…
--- ¡Son unos imbéciles, estúpidos,
no tienen educación! ---grita un señor trajeado.
Pasa hora y media. Mientras las
tortas hacen la digestión, y los que empiezan a despertar se despabilan, el
malhumor y la insatisfacción se condensan a punto de erupcionar. Cólera
reprimida, ganas de matar, histeria germinando. A pesar de haber suficientes
colectivos el primero no puede irse.
--- ¡Una persona más! ---grita un
jovencito hacia la fila de los formantes.
Nadie hace caso.
--- ¡No vamos a pagar para que nos
lleven como becerros!
--- ¡Carajo, voy a llegar
tardísimo! ---Nacho quiere golpear al primero que se le ponga enfrente.
--- ¡Ya vámonos, señor, recoge a la
persona en el camino! ---una mujer se dirige al chofer.
--- ¿¡Qué!? ¿Usted va a pagar ese
pasaje? ---el chofer gruñe, displicente, y sigue platicando con otros choferes,
recargado en el cofre del microbús. De pronto unas orejas como de gatito brotan
sobre las suyas. A medida que crecen, todos pueden observar que se trata de
unas hermosas orejas asnales, sobre todo cuando la boca del hombre se abulta en
un sensual hocico. La gente infla los ojos por la sorpresa, pero el chofer no
lo advierte.
Nacho se aleja ¡carajo! Da una
patada al vacío, masculla mentadas de madre. Trata de tomar un camión. Se
tarda media hora y no puede subirse; de las ventanillas del autobús cuelgan
traseros, piernas, brazos y casi cuerpos completos. Una mujer detiene a su
hijito de las manos, afuera de la ventanilla, adentro no hay espacio y se puede
sofocar. Todos los taxis transitan ocupados. Después de una hora Nacho logra
subir a un camión, de palomita.
Por fin llega a casa de Susana.
Ella denota aburrimiento, mal genio.
--- ¡Por qué te tardaste tanto!
---reclama sin mirarlo--- Quedaste de llegar a las 4 y ya son
las 7, y tu celular apagado
--- Había mucho tráfico, no
conseguía transporte… No me acordaba ---mira el bolsillo del pantalón, extrae
el celular y lo enciende.
--- Mm, bueno ¿a dónde vamos?
--- Te invito un café.
De pronto Susana se fija en él.
--- Qué te pasó, estás todo
moreteado.
--- Me caí de las escaleras por
bajar corriendo.
--- Ah ---Susana levanta una ceja,
con incredulidad, pero nada dice. Su atención se disuelve en el vacío.
Bajan los tres pisos. Se detienen
junto a un Golf.
Abordan el auto. Nacho no deja que
ella maneje y empuña el volante. El fastidio por la espera huye pronto de
Susana. Coloca un CD de Madonna. Nacho la mira de reojo. Lo mejor será preparar
terreno. Adopta una expresión distante, pero sin groserías, más bien una
amabilidad fría para que a Susana no le caiga de sopetón.
Llegan al café Gino,s, aburridos por el tráfico. Está llenísimo. Tienen suerte, se desocupa
una mesa. Se sientan y Susana enciende un cigarrillo, sonríe para sí misma,
como pensando o acordándose de algo. Nacho la mira, está al tanto de ella.
Susana pide una Sopa inglesa y un capuchino. El prefiere pay de queso y café
americano. Cómo se lo suelto. Ojalá y me dé motivos. Pero Susana (sonriente)
sigue fumando y le aprisiona un dedo, dulce y cachonda. Va a ser difícil
decírselo.
--- ¿Qué hiciste ayer? ---pregunta
a Susana.
--- Fui de compras al centro con mi
mamá.
Les sirven el pedido y empiezan a
degustar.
--- Me compré dos vestidos
---continúa Susana--- Están padrísimos. Cuando lleguemos a mi casa te los
enseño.
Nacho sonríe, forzado. Ella dejó de
aprisionar su mano y él se siente mejor, más libre. Susana, sonriente, lo mira
de pronto a los ojos. Nacho desvía la vista, no puede sostenérsela. Nunca ha
podido y menos ahora, se siente culpable.
--- Oye Nacho, quiero decirte algo.
Nacho entonces la observa,
intrigado. Ella calla un momento. Sus ojos enfocan hacia el fondo y se detienen
en un cuadro surrealista que destaca en la pared blanca, apaga el cigarrillo.
--- Desde hace algún tiempo quería
decírtelo. ---prosigue Susana--- Pero no sabía cómo. Lo que quiero decirte es…
es… que mejor seamos amigos ---Habla aprisa, para acabar pronto.
Nacho abre más los párpados, no
sabe si escuchó bien.
--- Tú debes entenderlo, Nacho, lo
nuestro hace tiempo se convirtió en pura costumbre. Y he estado viendo a otro
y… bueno, debes comprender.
--- ¡Cómo! ---Nacho da un puñetazo
en la mesa. Miradas sorprendidas de los comensales aledaños. Susana baja la
vista, su sonrisa desapareció--- ¡Qué te pasa, cómo has podido salir con otro
después de tanto tiempo de andar conmigo! ¿¡Cómo puedes tirar siete años a la
basura así nomás!? ¡Quién es ese tipo!
--- Por favor Nacho, no te alteres.
--- ¿¡Qué no me altere!? ¿Te parece
poco lo que me estás diciendo?
--- Pues es que… es natural. Lo
nuestro hace mucho no funciona, pensé que lo sentías igual.
--- Pero es que no podemos terminar
nomás así ¡Después de siete años! Yo te quiero, Susana, no puedes hacerme
esto ---Toma su mano, la besa. Ella lo
rechaza.
--- No, Nacho, ya lo pensé bien. Ya
no quiero andar contigo. No te amo, desde hace mucho.
Nacho mueve la cabeza y la deja
caer en su puño sobre la mesa.
--- No Susana, tú no puedes hacerme
esto. Todas las parejas tienen sus problemas. En toda relación hay altibajos,
pero ese no es motivo para terminar. No voy a dejarte ir nomás así.
Susana lo observa apenada,
compasiva. Le acaricia el hombro.
--- Lo siento, Nacho ---se endereza
y se va.
Pasan cinco minutos. Sigue con la
frente apoyada sobre el puño, diez minutos, con un esfuerzo descomunal reprime
las lágrimas. La sopa inglesa de Susana está a la mitad, el capuchino se lo
bebió de un jalón. Quince minutos y la mesera le da la cuenta.
¿Qué me pasa, no es lo que quería?
Sí, por supuesto, pero con los papeles invertidos. Se siente humillado,
derrotado. Quisiera correr tras Susana. Ahora que ella ¿lo abandonó? la desea,
la añora. Empina el café con el pay, pero le saben a harina mojada. Paga la
cuenta. La gente de las mesas de alrededor se fija en él. Nacho se va. Camina
con las manos en los bolsillos, pensativo. Todo se salió de sus planes. Sigue
el tránsito en su plenitud.
Está convencido que no tiene suerte
en el amor. Miriam antes que Susana. Miriam lo deslumbró en la prepa ¡Qué
belleza! Una mujer tan guapa jamás se fijaría en él. Varios chavos andaban tras
ella, pero a la mera hora… ninguno se atrevía, temían el rechazo. Hay que tener
mucha experiencia para soportarlo y hacerle frente. Nacho no la tenía. Aún no sabe
cómo pudo hacerle un par de preguntas tímidas: que qué materia le gustaba más,
que si quería salir con él a tomar un café… de pronto ella lo miró,
observándolo. Él estaba nervioso, esperando, de improviso, un rotundo no.
Bueno, sí, salgo contigo, le contestó Miriam afirmativamente y él no supo qué
hacer. Jamás esperó que aceptara la invitación. Titubeante acudió a la cita y,
de pronto, se hicieron novios. Él se esforzaba en agradarla, hasta el punto de
perder su personalidad. Paseaba con ella orgulloso, hacía la presentación a
cuanto conocido encontraba: Mi novia. Y se henchía de placer al advertir las
miradas de envidia. Sin embargo… al conocer a Susana se enamoró de ella. Fue
entonces cuando supo que lo de Miriam era pura vanidad. La obsesión por darle gusto
en todo, por miedo al abandono, era muy desgastante. Todos la admiraban, pero
nadie se atrevía a llevar una verdadera relación con ella, pues, se dio cuenta,
la belleza y la fealdad convergen en el mismo cauce de aislamiento y
desconfianza. Miriam era como una diosa, lejana e inaccesible; en cambio Susana
era más real y palpable, más afín a él. Se sintió cómodo con ella desde el
principio. Pero, después de siete años se había vuelto pura costumbre. Quizá
les faltó creatividad para mantener fresca la relación, o tal vez Susana estaba
evolucionando, pues le gustaba el conocimiento y la lectura, mientras que Nacho
se dejaba llevar más por la zona de confort y, de esa manera, la afinidad entre
ambos se había resquebrajando con el tiempo… Una chica trigueña atraviesa la
bocacalle, corre porque casi la atropellan, varios autos dieron vuelta cuando a
los de enfrente los detuvo el alto. Pasa junto a Nacho, lo mira: Ese chavo
calvito se me hace conocido. No deja de mirarlo, directamente, trata de
reconocerlo. Ya ligué; Nacho se infla como una abubilla, nota que aún tiene
pegue. Hace mucho que nadie lo miraba con tanta insistencia. La cautivé,
flechazo a primera vista. Algo le cosquillea en el abdomen. Intenta sonreír,
sonrojado, pero el nerviosismo paraliza su sonrisa en una geometría
desdibujada. Ah, no, no lo conozco, se parece al tonto de mi cuñado. La chica
se sigue de largo sin modificar su andar ondulante. Nacho la persigue con los
ojos. Qué tonto soy. Le hubiera dicho algo. Le gusté, se notó… y a lo menso deje
escapar esta oportunidad. Sigue inmóvil, la mente en blanco
por unos segundos. Todavía es tiempo, la sigue. Ella se detiene junto a un
Volkswagen. Abre la portezuela y entra. Mira al conductor mientras le planta un
beso prolongado. Nacho es de nuevo una estatua, observando la escena,
desilusionado. El coche arranca y se aleja. Se entristece. Sigue caminando, con
las manos en los bolsillos. Sí, era lo que quería, debería estar contento, sin
embargo… Se le hubiera adelantado, pero no, ahora que Susana lo dejó siente que
la extraña. Qué raro. Bueno, ya, que se vaya al carajo, a donde quería enviarla
desde hace mucho. A las ocho y media… cita con Martha. Se recarga en un poste
mientras piensa en ella. Lo tiene cautivado, hace años que no conocía una chica
como Martha, tan dulcemente etérea, sí, porque ahora las mujeres son rete
aventadas, ya me harté de ellas. En cambio Martha... Le recuerda a sus
compañeras tímidas de la secundaria. Qué hermosa se ve cuando la tomo de la
mano y se pone colorada, cuando le acaricio el cuello y se estremece, hasta
tiembla, mientras me mira con sus lindos ojos verdes y húmedos como aceitunas,
cuando se avergüenza que observe con detenimiento ese su fabuloso cuerpo de
vedette virgen ¡Oh Martha, tú sí que me enloqueciste desde el principio! Por ti
me chocó Susana, por ti este mundo gris y monótono tiene colores. Sigue
caminando. El ruido citadino lo aturde ¿Qué hago por mientras? Si me voy orita
llegaría muy temprano. Mejor caminando, diez minutos tarde. Así Martha
estaría esperando ansiosa, creyendo ver, con pupilas palpitantes, la silueta de
su galán en cada chico que se acerque al cine. Al fin aparecería él, la besaría,
la invitaría al Cinépolis. Ya dentro la abrazaría mientras la sangre de ella
empezaría a bombear violentamente. Después se irían al motel, pero no donde
exhiben películas pornográficas y se iba con sus amiguitas reventadas, sino a
uno decente, propio de su linda Marha, de tonos pastel. Ella se sentaría,
asustada y nerviosa. Él deslizaría sus labios, ardientemente húmedos, sobre
aquel cuello de princesa, la apretaría con suavidad, para relajar su cuerpo (el
de ella) susurrando palabras cálidas y vibrantes. Ella se abandonaría a aquella
seducción. Él bajaría poco a poco el cierre de su vestido mientras Martha, estremecida,
cerraría los ojos. Le besaría la boca, el cuello… La haría gritar, disolverse
en el placer, pues, por otro lado, él también estaría excitado hasta los
cabellos ante esa inocente actitud y esa entrega total. Se sentiría un
verdadero hombre. Un seductor y ya no un seducido como tantas veces ¡Oh Martha,
qué fortuna conocerte!
Llega al Cinépolis quince minutos
tarde. Entra por la derecha. Martha está mirando a la izquierda.
Unos ojillos
mortificados que se humedecen con cada latido. Nacho sonríe satisfecho. La
abraza por atrás. Martha respinga por el susto y la sorpresa. Descansa.
--- Hasta que llegas, pensé que ya
no venías ---lo mira con pupilas acuosas y enamoradas. Tiembla y se abraza a
él. Nacho siente con placer la irradiación de aquel cuerpo frágil y vigoroso.
Compra los boletos y entran al cine. Se sientan atrás. A los diez minutos Nacho
acerca la cabeza de Martha hacia su hombro. Ella de pronto se tensa. La
oscuridad protege el rubor de sus mejillas contra miradas, cierra los ojos.
Nacho la abraza, acaricia devotamente su brazo. En la pantalla una pareja hace
el amor. La punta de los dedos de Nacho roza un seno. Martha se estremece y
Nacho rebosa satisfacción y seguridad: qué perspicacia la suya, conoce a Martha
más que ella misma. Las mujeres han dejado de ser un misterio para él.
Salen del cine. Está dispuesto a ir
al motel, pero Martha tiene hambre, quiere comer algo. Después de cenar en el
Sanborns al fin se van. Ella está nerviosa, dubitativa.
--- No Nacho, mejor otro día, es
que…
--- Para qué esperar más, ya no
quiero esperar. Nos amamos ¿o no?
Martha no responde. Lo observa con
una mezcla de sentimientos dispares y lo abraza. Ya no vuelven a hablar del
asunto, sin embargo, Nacho advierte que ha aceptado. Toman un taxi para llegar
más rápido. A Nacho casi se le revientan las venas de histeria cuando el
ruletero le cobra quinientos pesos.
--- ¿¡Qué, quinientos pesos!? No
traigo tanto dinero. Qué le pasa, ratero ---se apea rápidamente sujetando a
Martha del brazo. Hurga su bolsillo, extrae un billete de veinte pesos, y lo
avienta al chófer--- ¡Es lo único que traigo! ---corre con Martha de la mano.
--- ¡Hey, vengan acá, cabrones!
---el taxista los sigue, pero se le escabullen bajo las tinieblas.
--- ¡Ay, Nacho, qué atrevido!
Entran al motel. La ira de Nacho se
derrite cuando contempla a Martha.
--- No te asustes, ese güey nos
perdió de vista.
Piden un cuarto a una mujer morena,
caderona, algo renca. Sin molestarse en mirarlos la señora saca una llave con
una tablita que indica el número 10. Masca un chicle acompasadamente,
desdeñosa. De pronto, sin disimulo, echa una mirada burlona a Martha. Martha se
siente desnuda ante esa mujer. Pulga a punto de ser pisada, cara encendida,
pómulos calientes. Las apariencias la colocan muy por debajo de sí misma. Se
siente en desventaja con respecto a la coja, una situación bochornosamente
necesaria de su vida. La incomodidad la atrapa por unos minutos. La señora los
conduce al zaguán del fondo. Camacho paga y la coja se aleja sin hablar.
Nacho observa el rostro asustado y
a la defensiva de Martha. Le besa suavemente el oído mientras sus manos
auscultan aquella piel de nieve tibia, undívaga, palpitante. Trata de
relajarla, para que se deje llevar por las sensaciones y se entregue a él sin
reservas. Te amo, le susurra, y la respiración de Martha se agita hasta sentir
que una hoguera se enciende en su vientre. De pronto cae sobre Nacho como un alud de
margaritas salvajes. La epidermis de Nacho parece corcho pulido, olorosa a
maderas tropicales. Martha aprieta, encaja uñas, muerde… el deseo y el amor
explotando, reprimido tanto tiempo. Nacho está desconcertado. Me engañó. Me
hizo creer que era una palomita inexperta… Oh mi amor, nunca me había pasado
esto. Me hiciste sentir como jamás me había sentido, piensa Martha, y siente que flota en
nubes ardientes. Está sorprendida de sí misma. Nunca imaginó llegar a ese
punto. No sospechó que el amor fuera capaz de realizar tales milagros. Y todo
gracias a Nacho. Él le inspiró lo que nadie y ella, tan pasiva, se convirtió en
leona en celo. Lo abraza, está feliz, pero… Nacho, enojado, la mira
detenidamente, como a una extraña. Ella palidece.
--- ¿Qué te pasa, no te gustó?
---pregunta mortificada.
Nacho no contesta, no sabe qué
decir. Sus ojos son los de un desconocido. Está incómodo. La impotencia lo
aprisionó por unos minutos y Martha se dio cuenta. Pero ¿si supiera que para
ella eso fue lo de menos? Martha cree que su corazón se pulveriza mientras él
sigue observándola con pupilas endurecidas y desconfiadas. Es una piruja, se portó
como vil piruja. Más experta que todas mis amigas reventadas. A Martha se le
tapizan los ojos de lágrimas. Siente la lejanía de Nacho. No puede ser, es la
primera vez que estoy feliz con un hombre, que me hacen sentir mujer. Empieza a
sentir culpabilidad, como si fuera prostituta. Baja los ojos. Nunca debió
dejarse llevar por el amor y el deseo. Se visten sin hablar.
Nacho decidió hacer un viaje, está
confundido y la confusión lo perturba. Después de sentir que todo lo conocía se
da cuenta que nada sabe. Las cosas han resultado contrarias a lo previsto:
Susana, Miriam, Martha… lo mejor y más sano será no adelantar el porvenir
imaginándolo anticipadamente. Que salga lo que salga, total, para lo corta que
es la vida.
Una gringa rubia, con bikini, pasa
junto a él. Las meditaciones de Nacho se desintegran posándose en aquellos
pechos frutales ¡guau! La chica sigue caminando, nalguita parada y ondulante.
La espuma enreda sus burbujas de
cristal en los pies de Nacho, y desaparece bajo la arena. El sol ya no pega tan
fuerte ¿serán como las cuatro? Más o menos ¡carajo! Qué solo me siento. Más
mujeres transitan a su lado, todas gringas y la mayoría guapas. Las palabras
inglesas se desbordan circulares, círculos de todos tamaños que se alargan
hasta romperse. Se desespera. Qué frustración no saber hablar ese pinche
idioma. No puedo ligarme ni una de esas gabachitas.
El sol ya toca el mar y expande su
luz en tonos rojizos y ámbar. La gente parece flotar, asimilada a la naturaleza
marítima. Nacho se sienta en la resaca y disfruta los lengüetazos frescos de
las olas, humedeciendo su piel. Absorbe la brisa con toda la potencia de sus
pulmones y deja escapar el aire poco a poco, con ojos cerrados. En la última
expiración los abre y queda paralizado y sin aliento. Otra chica rubia pasa
junto a él. Lo mira con la intensidad de un rayo láser. Sin proponérselo Nacho
la sigue con los ojos, como si fueran arrastrados por un imán. Qué suerte, la
joven se detiene a unos pasos de él, y se sienta sobre la arena. Su cabellera rubia ondea al viento y juguetea
sobre su rostro. Observa a Nacho con una expresión indefinida que no llega a
ser de coquetería, pero menos de indiferencia. Una lejanía presente envuelve a
Nacho en su aura mágica, como si la chica se encontrara en otro mundo y en otra
dimensión y, de pronto, notara la presencia de Nacho. Pero ¿por qué Nacho se
sintió de golpe envuelto en ese torbellino de placeres sublimados si ni
siguiera la ha visto con detalle, si no se ha fijado bien si es bonita o no?
Sea lo que sea no importa. Él sintió esa atracción irresistible y extraña que
trasciende lo físico y se experimenta en raras ocasiones, y es lo único que
importa. Sin embargo, la joven es muy bonita. Qué piernas, qué cintura… Su piel
brilla, de seguro por el aceite bronceador. Con un demonio, y ora… cómo me le
acerco, qué le digo si no hablo inglés. Ella le sonríe, Nacho se levanta y se
deja empujar por una fuerza visceral que lo domina. La frase en inglés fluye de
sus labios con naturalidad.
---- How are you?
La chica ríe.
---- Where do you live now?
La joven ríe con más fuerza.
----My name is Nacho ---le extiende la mano--- and what is of yours?
La chica sigue riéndose.
---- No me hables en inglés, tonto,
soy mexicana.
Nacho se apena, pero le da gusto.
---- ¿Eres mexicana? Qué bueno,
uff. ---también ríe y se sienta a su lado.
A Nacho le da la sensación que el
pedazo de arena bajo sus cuerpos se convierte en una alfombra mágica que
empieza a flotar y a remontarse por encima de todo.
---- ¿Llevas mucho tiempo aquí?
---La joven pregunta, ahora sí con expresión de coquetería. Extrae un
cigarrillo y lo enciende.
Las bocanadas de humo se
desintegran en la brisa.
---- ¿Vienes sola?
----Sí, bueno no, ahorita estoy
sola, pero en dos días llegan mis primos.
---- Ah ---Nacho la mira y siente
algo extraño. Y aún más extraño de sentir eso por una desconocida.
Una
atracción que va más allá de lo tangible, más que un simple gusto, una poderosa
identificación del alma y los sentidos.
---- ¿Quieres nadar? ---pregunta
Nacho, observando la potencia sísmica del mar azul turquesa que amenaza con sus
feroces mandíbulas de pronto vueltas espuma.
---- No puedo nadar, no tengo dónde
dejar esto ---y muestra un morralito de gamuza.
---- Por qué ¿qué es?
---- Algo muy valioso que no puedo
dejar en ningún lado porque se lo robarían. Pero… tal vez tú… ---mira a Nacho a
los ojos.
---- ¿Quieres que te lo cuide
mientras nadas?
---- No, mientras voy a arreglar un
asunto ---señala con la barbilla hacia la dirección donde tiene que ir.
---- Oye, pero yo quería que
nadáramos juntos.
---- Tal vez, espérame un rato.
---le entrega el morralito y se aleja.
Nacho se retira de la marea y
extiende una toalla sobre la arena seca. Se unta aceite bronceador y se acuesta a tomar
un poco de sol que aún asoma tibiamente en lontananza. Observa el morralito con
ojos lánguidos. Lo aprieta entre sus manos, siente algo cuadrado y duro, y
cierra los ojos. Piensa en la chica y… otra vez adelantando acontecimientos,
imaginando el porvenir. Qué delicia sentir esas piernas de durazno entre las
suyas, ese vientre liso y cálido, esa boca que parece besar y prometer paraísos
mientras habla. Ojalá y no se tarde. Pasan cinco minutos, diez. Nacho se
incorpora y se vuelve hacia el lugar donde ella desapareció. Nada ¿dónde
andará? Quizá llegue por otro lado. Observa hacia todas partes, ni rastro de la
joven. Hey, el morral pesa bastante ¿qué tendrá? Está lleno de nudos que Nacho
deshace con rapidez de pronto aguijoneado por la curiosidad. Es un cofrecillo.
El desconcierto engurruña sus facciones. De improviso se siente en otra época e
imagina un barco de corsarios a la vista, extrayendo tesoros y cofres de
pedrería. Lo más insólito es que la pequeña arca parece de oro ¿qué será? De
seguro necesita llave, pero no, la abre con facilidad y se desbordan
innumerables huevecillos, de todos tamaños y colores: jades, oro, plata,
turquesas, brillantes… por todos lados. No es posible. Nacho recorre nuevamente
la mirada por todas partes, ahora con el sentimiento contrario. Pero ¿por qué
confiaría en él? Y si se fuera, si escapara. Sería rico y podría realizar todos
sus planes, tendría lo que siempre ha soñado: viajes, ropa, diversiones, casas,
coches… Las manos le sudan. Sólo sería cuestión de decidirlo y… Ella no podría
encontrarlo, no sabe donde vive. Vuelve a observar su entorno: nada de la
joven. Con ese tesoro se podrían solucionar sus problemas económicos y ya no
tendría que trabajar. Pero ¿serán auténticos? No cabía duda. Desde chico le
enseñaron a distinguir las piedras verdaderas de las artificiales. Su abuelo
coleccionaba anillos de pedrería y los falsificaba para venderlos. Y lo que
ahora tenía en las manos… A todos estos pensamientos se interponen las piernas
de durazno, la mirada dulcemente agresiva, la boca sensual. Tiene años que no
siento algo así por alguien, mejor la espero. El enamoramiento empieza a
palpitar con la energía de un potro salvaje. Observa el cofrecillo, podría
tener las mujeres que quisiera, conocería el mundo… Se dedicaría a disfrutar la
vida. Total, sienta lo que sienta por ella nada dura, todo acaba tarde o
temprano.
De improviso los huevitos empiezan
a crecer, ya no caben en el cofre y se desbordan, siguen creciendo. Nacho se
asusta. Adquieren una consistencia etérea y flotan, siempre creciendo. Trata de
atraparlos, pero se le escapan igual que pompas de jabón. El firmamento se
tapiza de huevecillos que brillan como soles de diversos colores. Siguen
subiendo, se empiezan a ver chiquitos, hasta que se los traga la lejanía. La gente
observa con estupefacción mientras una mano firme y tibia se posa con suavidad
en su hombro, como una gaviota.