He quedado ciega, muda,
paralizada
en
el bache
de
mis tropiezos.
Soy
el espejo
del
mundo
y
en el mundo
me
reflejo.
El
rostro más amado
nos
puede resultar
extraño.
Qué inútil me siento
aquí en mi alcoba,
mirando
esa flor de durazno
que
asoma por la ventana
y
el tráfico y el smog, y la vergüenza
de
aquel mendigo que brinda con el hambre
y la desesperanza.
Qué
voy a hacer con tanto hastío
que
me trago, con recuerdos que exprimen mi energía,
con
esta percepción desnuda
que
no soporta caras agrias.
Ya
me cansé de los libros
engañosos.
Qué
ilusorios mundos,
qué
bellezas,
qué
sabidurías
que
no enseñan
a
vivir
y a
salvar esta desgracia.
Mirar y callar.
Seguir
el camino bifurcado.
En
este día oscuro
todo
se comprime
en
silencios audibles.
Los
zapatos me lastiman,
mi
cabello se rebela,
la
sopa me sabe agria
y
el néctar de sus besos
se
fermenta.
Pero
¿a dónde ir?
¿Dónde
la ilusión florece
como
una copa de místico licor
que
embriaga
en copos
alados, rutilantes?
Ahora
todo me parece ajeno,
hasta
el gato que miro a todas horas.
Cuando
esta soledad me habla
yo
me callo.
Mi cuerpo se anuda, como cráter
se
agrieta.
La
inmovilidad quiero escuchar
de
una noche de pájaros etéreos,
de
un beso escondido
entre
las rocas.
Ahora
es tiempo de huir
del
murmullo flotante,
de
la ebullición de rosas
y
espinas.
Sólo
un cuarto borroso
y
un olor a medicina
enroscado
en los muebles.
Los
pensamientos ascienden
en
espirales, y regresan:
transfigurados
recuerdos.
Estoy
aquí, sobre la cama,
como
en el fondo
de
un elevador
que
no termina de bajar.
Delirio, fuego, escalofrío.
La
vida se ha pulverizado:
un
soplo que llega
hasta
el dolor de huesos.
La
pared, el médico,
la
quietud acechando
tras
la almohada.
(De mis primeros poemas)
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