Ronroneo de gato, sopor redondo.
¿Para
qué despertar siempre
con
una pesadez de aceite y nube?
La
misma gente, los mismos sitios
y
el devorarme yo sola
con
los dientes de una santa.
Quiero
meter la cabeza
en
la funda de la almohada
y
perderme y olvidarme.
Horas
paralíticas
se
consumen.
El
aire es puño manso.
Efluvios
de beleño me trasminan.
Nada puedo decir ahora
que
no esté dicho.
Sólo
un aletear
que
surca
el
cristal del cielo.
No
entiendo
que
el canto del gorrión
se
extinga
para
dejar paso al
aullido.
Recorro
las venas de los años, las
noches
de remotos parpadeos.
de remotos parpadeos.
En
el sitio de los muertos
me
demoro.
Me
hundo en su aposento frío,
en
una soledad
de
nieve y mármol.
Rasgo
la mortaja,
la
humedad nocturna
de
la piedra.
Mi
corazón se agrieta
y
soy estatua descollante
en
la penumbra, enterrada roca,
páramo,
herida.
El
eco
de
mi propio grito soy
un
palpitar de tierra
En este valle
de
metal y frío
a
solas con mis manos.
Una
flor de asfalto
corona
el horizonte
de
acústicas marañas.
Platico
con la sal de mi epidermis,
con
mi corazón
de
grieta y desamores
hablo.
Cajones
negros
de
la duda.
Cadenas
del olvido.
Bebo
un trago de nostalgia,
la
memoria de un adiós
anticipado,
el
cristal verdoso
de
una infancia
vieja.
Hablo
de la muerte,
del
primer dolor,
de
la angustia
de
tener a mis neuronas
fraccionadas
como
cóncavos
espejos.
Las
horas
enmohecidas
decapito
con
tajadas silenciosas.
Y
es como anudarse,
como
buscar a ciegas
el
centro vital de lo que vibra,
de
lo que aletea estérilmente
en
el subsuelo del coraje.
Los
días me como lentamente,
las
noches con sus lunas,
el
sabor de un árbol saboreo
de
savia como sabias predicciones.
Un
árbol de hojas
como
ojos deshojados.
Sustancia
original del suelo
sepultura
y vida
Doy
una mordida al tiempo
atrapada
por mis huesos y mi carne
donde
los ayes del pasado
reverberan.
El
sabor a origen retomo del manzano,
el
llanto turbio
que
al mar junta
con
los siglos,
la
costra que desangra
en
cada herida
hasta
volverse llaga y rostro.
Regreso
a la partícula,
a
la neblina sin gerundios,
a
la estrella solitaria
que
regó a la sombra
su
mercurio,
al
infinito lento, a la selva, a la saliva
derramada
desde el cielo,
a
la pierna de Dios, celeste,
al
estornudo de Dios,
a
la borrachera cósmica,
a
la bacanal del mar,
al
primer pecado
de
los ángeles,
a
la ruptura con el diablo,
al
silencio sordo
de
la emperatriz del fuego.
Rasguño
a mi ignorancia,
a
mi entendimiento doy la mano y lo levanto.
En
este valle de metal y frío
a solas con mis manos.
a solas con mis manos.
(De mis primeros poemas)
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